jueves, 22 de septiembre de 2011

CON LA MALETA ACUESTAS

Aún recuerdo aquella fría mañana de finales del 27 de Diciembre de 1966 tomando el café con mi padre en la cocina, mientras me daba los últimos consejos antes de emprender el viaje a Madrid con mi vieja maleta de madera acuestas. Mientras mi padre le ponía el aparejo a la burra, yo cerraba la maleta después de haber metido ropa de trabajo y poca para vestir, pues el viaje que quería hacer, era para buscar trabajo, me proponía buscar una vida diferente a lo que era la vida de pastor y agricultor por aquellos años en Aliste. Mi padre puso la albarda a la burra y se dispuso acompañarme a Domez a coger el coche de línea, debían ser sobre las 6 y media de la mañana, y en pleno invierno toda vía a esa hora era de noche. Recuerdo que era una mañana lluviosa y oscura, y con apenas luz en las calles, no tardo en aparecer la primera anécdota del viaje, la burra tropezó por las inmediaciones del charíz de la era, y mi padre que iba a caballo sujetando mi maleta delante de él, salieron rodando él y la maleta por encima de las orejas de la burra. Mi padre dijo ya empezamos bien, después de levantarse medio embarrado del lodo que por aquel entonces si criaba por los alrededores del charíz.

Ya llegamos a Domez, y en la parada del auto bus iba llegando gente de pueblos colindantes para desplazarse a la capital, (Zamora) yo era la primera vez que viajaba, nunca había salido del pueblo, apenas había subido en algún coche, y menos en un autobús. Ya se llega la hora de salida, me despido de mi padre, y las palabras que me dijo: Mira haber, si ves que no estás bien allí, o te dan un trabajo para reventarte, vuelves a casa, ya llevas dinero para volver, en casa nos haces falta y no te faltará que comer. Recuerdo que llevaba 1.200 pesetas en una vieja cartera de piel de vaca, que seguramente mi tío Andrés Macho había traído de Cuba, y el viaje me costaba unas 200 pesetas. Emprendemos viaje hacía Zamora vía Carbajales recogiendo gente por las pueblos. Llegamos a Zamora y yo sin saber donde estaba, aquellos edificios altos, las calles llenas de coches y aquel olor a carbón de las calefacciones, cogí un taxi para ir a la estación, tenía que llegar cuanto antes para coger el primer tren que saliera para Madrid, me tenía que bajar en la estación del Escorial. Alrededor de los dos de la tarde salía un expreso, y fue el que cogí después de comer la merienda que mi madre me había dado, una tortilla de patatas, y un poco de chorizo de la matanza. Subo en el tren, y antes había unos empleados de RENFE que dando una propinilla te subían la maleta y te buscaban el vagón y el asiento, y se le daban las gracias por esa amabilidad y favor que nos hacían a gente que como yo, nunca las habíamos vista tan gordas.

Todo el camino fui en los pasillos asomando por la ventanilla, y de vez en cuando preguntar a algún viajero no se me fuera a pasar la estación. Ya era de noche cuando llegué a el Escorial, de allí cogí un taxi que me llevó hasta Navalagamella donde me esperaba mi amigo Antonio.

Antonio, unos meses mayor que yo trabajaba desde hacía algunos meses en dicho pueblo, en una conocida empresa, AGROMAN y se hospedaban en unos pabellones de dicha empresa, la cual contaba también con servicio de comedores para los trabajadores de la empresa. Previamente Antonio, había hablado con el barraconero, para pedirle permiso para alojarme allí por una noche, y al día siguiente yo iría a las oficinas de la empresa a pedir trabajo. Allí pasé la noche, el barraconero me alojó en una litera de la parte alta, yo cogí mi cartera desconfiando de los que allí dormían y la metí debajo de la almohada para que no me la quitaran, a la mañana cuando me desperté, me faltaba la cartera, y es que se había caído a la litera de abajo y estaba al lado de la cabeza del compañero que dormía.

Al día siguiente, me dirijo a las oficinas de AGROMAN a pedir trabajo, pero al no tener cumplidos los 18 años me afiliaron como pinche, mi trabajo consistía en servir de agua a una cuadrilla, y mantener fuego para si algún compañero necesitaba calentarse. Siendo ya a primeros de enero la cuadrilla bebía poco agua, pero cada día debía andar como unos dos kilómetros ida y vuelta para llenar un barril de agua (una especie de tonel de madera.)

El primer mes, ese fue mi trabajo, y a partir de ahí me enviaron a otro sector, allí me pusieron como ayudante de unos encofradores, trabajo que hice hasta el mes de abril que volví a mi casa para ayudar en las labores del campo.

Durante esos meses estuve ganado como unas 1000 pesetas semanales como pinche, además me daban la mantención y dormir, los oficiales ganaban alrededor de unas 250 ó 300 pesetas más. Durante ese tiempo hacía giros semanales a mi casa de unas 700 u 800 pesetas, el resto lo guardaba para mí.

Dado que era invierno y los días eran muy cortos, entraba en el trajo de noche, y salíamos de noche, del trabajo a la cama y de la cama al trabajo, debía madrugar bastante, pues, había que dejar la litera echa y subir a los comedores a desayunar. Para desayunar nos ponían unas cafeteras de chocolate por las mesas, no muy espeso, podías servirte el que quisieras, pero estaba muy caliente, por eso había que ir pronto para dar tiempo a enfriar.

La jornada era de lunes a sábado, solamente teníamos fiesta el domingo, el cual Antonio y yo destinábamos a lavar la ropa, con un baño y un paquete de polvos ELENA íbamos al rio Perales y allí lavábamos la ropa, si el día estaba bueno la poníamos a secar y la traíamos seca, si no, la traíamos para tenderla cerca de los barracones. Hecho esto, la tarde la dedicábamos a ir de paseo por la carretera de Navalagamella haber si veíamos algún grupo de chicas que también paseaban. Algunos domingos por la mañana aprovechábamos para ir Madrid, y recorrer la ciudad en metro, el mercado del RASTRO era el sitio más frecuentado.

CON LA MALETA ACUESTAS 2º PARTE.


Me trataron como a un perro.

Recuerdo que era por el 12 de febrero de 1977, cuando una tarde en el trabajo después de comer, me comencé a sentir indispuesto con fiebre y con cierta tirantez en las carrilleras, pero sin mediar palabra con nadie aguanté hasta dar por terminada la jornada. Llegamos a los barracones en el transporte de costumbre, que eran los camiones de mover tierras en la obra, pero acondicionados con un toldo y unos bancos construidos de tablones por nosotros mismos para ir un poco más cómodos. La noche la pasé con fiebre, y al día siguiente ya no me presenté al trabajo, sino que acudí a la visita del médico para que me recetara algo para quitar aquella fiebre. Entré a la visita, y el médico no tardo mucho en diagnosticarme “Paperas” una enfermedad que se inflaman las carrilleras y los genitales, pero que a mí no me había llegado ni me llegó a tal punto.

AGROMAN, disponía de una pequeña clínica – barracón, con cuatro o cinco habitaciones y un par de despachos, para casos que tuvieran que aislar a algún enfermo de los demás compañeros por alguna enfermedad infecciosa, esta clínica estaba bastante separada del pueblo y de los pabellones donde pernoctaban los trabajadores, como una media hora andando. Dado que el diagnostico que me había dado el médico era contagioso, pues me metieron en aquella clínica, que más que una clínica la recuerdo como un zulo. Los dos o tres primeros días había allí otro compañero con la misma enfermedad que yo, pero el ya estaba prácticamente recuperado y se marcho a los dos días.

A partir de entonces, me dejaron allí solo, allí no había tele, ni radio, ni periódicos ni revistas ni nadie que me los llevara, el médico pasaba visita cada cuatro o cinco días, la primera semana un enfermero venía a media mañana a ponerme una inyección, y aparte de eso, el barraconero encargado de llevarme la comida, venía a traerme un poco de café con leche cuando se acordaba, y la comida más o menos pasaba lo mismo, la cena me la solían traer junto con la comida, que eran dos huevos cocidos, o un poco de embutido y un chusco de pan. A parte, no veía a nadie, todo el día mirando por una ventana me entretenía en contar los coches que pasaban cada hora por una carretera que se veía a lo lejos. Mi amigo Antonio, me acompañaba los domingos, y alguna noche después del trabajo se pasaba un rato. Allí permanecí por unas cuatro semanas, aunque ya estaba recuperado, debía estar aislado por precauciones de contaminación.

Acabado todo esto, volví al trabajo, la obra se estaba terminando que era un canal de abastecimiento de agua potable a la ciudad de Madrid. Acabada la obra de allí, nos enviarían a otra obra a Bilbao, pero yo en el mes de abril volví a casa, para ayudar en los trabajos del campo.

Recuerdo, que antes de volver a casa fui Madrid a comprarme un traje, era mi primer traje, lo compré en el rastro por 700 pesetas, no era nada barato en aquél tiempo. Era por el 8 ó el 10 de abril el día de pascua, y ese día emprendía viaje de vuelta hacia tierras alistanas con mi traje nuevo puesto. Sobre las cuatro de la tarde cogí un tren en Chamartín, y a las 12 de la noche llegaba a Zamora. Por aquellos años, había gente que iba a la estación para ofrecer habitaciones a algún viajero que se bajaba del tren y necesitaba hacer noche, y un señor ya de avanzada edad me la ofreció, me fui con él, me dieron cama y desayuno a buen precio. El autobús no salía hasta por la tarde, llegaba a Domez sobre las 8 de la tarde, que por cierto aquella tarde llovía a cántaros. Dejé la maleta en Domez, para ir al día siguiente a buscarla con la burra, pero llegué a casa cargado de agua, el traje que llevaba de estrena al mojarse se quedó arrugado, que prácticamente no lo volví a poner.

En los tres siguientes inviernos continué emigrando hacia Vitoria, para en verano volver a la agricultura en Aliste, no es que me fuera mal, pero había que ser conscientes de que en casa también hacía falta y debía ayudar, y fue ya en 1972, que después de hacer el servicio militar, fijé mi residencia en la “Costa del Maresme”.



Gúmaro, 23 de septiembre de 2011.

3 comentarios:

  1. Como me gusta que escribas este tipo de historias. Estoy deseando que hagas esa continuación, ...

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  2. Lo mismo digo, me encantan estas historias de estrecheces, trabajo e inocencia. No dejes de escribir el resto!!!

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  3. Detrás de cada hombre, siempre hay una buena historia. Y cada vez que uno mismo abre la caja de sus historias y las da a conocer, se gana un profundo respeto. Hoy tenemos las cosas mucho más fáciles y aún así no dejamos de quejarnos.


    Salva (no me deja publicar como Mundos Azules)

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