Si no hace muchos
días pedíamos en este mismo blog un reconocimiento a nuestras madres
alistanas por su trabajo, por su incansable dedicación tanto
a la vida del campo, como a las labores de la casa y el cuidado de sus hijos en
unos tiempos en que parecía que la mujer tenía la obligación de hacer frente a
esos menesteres.
No menos se merecen nuestros padres que, aunque no
intervenían en cuidados de los hijos y labores domesticas, hacían frente
a duros trabajos trabajos durante el
año, el cual estaba reflejado en sus caras curtidas y surcadas por el intenso
calor del verano y el frío de los crudos inviernos alistanos.
En el mes de mayo, coincidiendo con el “Mayo” que en
aquellos años los mozos izaban en todas las plazas de los pueblos de Aliste, el
cual portaba una guadaña u hoz y una barrila en la mano, lo que de
alguna manera significaba la llegada del verano que comenzaba a finales de este
mes con la siga de la hierba, comenzando por los prados más altos o
“textarales”. Quizá la siega de la hierba era para nuestro padre uno de los
trabajos más brutales poniendo a prueba
sus brazos de acero y una columna vertebral segando unos prados por la mañana y
recogiendo la hierba de otros por la tarde. Nuestras madres reservaban para esa
época el lomo embutido, que mesurado, ponían un trozo junto con una ensalada de bacalao para el almuerzo acompañado con un barril de
vino casero que conservaban fresco envolviendo de e l barril un trapo de lana mojado empapado de agua, lo que hacía
que la siega de la hierba fuera más llevadera. Por la tarde, y después de echar
la siesta, se “uñian” las vacas al carro para recoger la hierba seca segada
días a tras. Así como la siega correspondía al hombre de la casa, para recoger
la hierba colaboraban todos los de la casa, uno debía estar encima del carro,
el hombre de la casa lo cargaba con una tornadera de madera echa para tal fin,
otros iban haciendo montones para cargar, los rapaces arrastraban el prado, y
el más pequeñin se entretenía a la
sombra del roble haciendo “pipirigallos”.
Duro era también meter la hierba en el pajar, la hierba
segada verde una vez seca cría cantidad de polvo, el cual se acumulaba en el pajar casi siempre
poco ventilado que nos hacía pasar
momentos de verdadera fatiga teniendo que
salir a respirar a la calle mientras se bebía un trago de agua fresca de la
barrila. Posiblemente hoy con las mascarillas, este trabajo fuera más
llevadero.
La recolección de la hierba, se compaginaba con otras
labores del campo, se debía plantar y regar remolacha, cavar las patatas,
mientras que la cebada cogía un color amarillento, lo que indicaba que estaba
en sazón de segar. La cebada era el
primer cereal que se segaba unos días de
transición que había desde la siega de la cebada hasta que acababa de secar el
centeno. En esos días de intervalo se segaba, trillaba y se limpiaba la cebada para llevar al molino
y prevenirse de harina para los cerdos, que juntamente con una cesta de hoja de
negrillo era la comida diaria para los cerdos.
Y ya en San Juan a las puertas de la siega de el centeno, lo
dejo aquí para en unos días escribir
otro artículo de lo que significaba la segada hasta finales de los años 60.
Gúmaro, 5 de junio de 2012
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